Hola,amigos y amigas esta es mi última obra y os dejo el inicio, por si os interesa leerla. Está en venta en Amazon Kindle. Un abrazo a tod@s
PREFACIO:
Una
mujer, con una sudadera y unas zapatillas deportivas, caminaba con paso firme,
por un largo pasillo, acompañada de una auxiliar de geriatría. La joven
trabajadora de la residencia de ancianos, tras abrir una puerta, le indicó con
el brazo a un hombre. Este se encontraba, de espaldas, sentado en un sillón,
mirando a través de una ventana.
En
el exterior, la lluvia empezó a convertirse en aguanieve y los copos se fueron
materializando en el aire, en medio de una singular danza. Alguno de ellos se
desviaba y acababa chocando, débilmente, contra la ventana, para después
convertirse en gotas de agua que terminaban deslizándose por el cristal.
—
Les dejo hablar tranquilos de sus asuntos, si necesitan algo, por favor, nos lo
dicen. Será un placer ayudarles en lo que necesiten, para eso estamos — informó
la joven, metiendo las manos en los bolsillos de su bata blanca.
—
Muchas gracias, guapa, eres muy amable — admitió con una sonrisa la recién
llegada, mientras veía que la trabajadora se daba la vuelta para marcharse y
continuar con sus obligaciones. A Sonia le agradaba aquella muchacha pues
notaba que era muy buena persona y se sentía feliz y tranquila al saber que su
padre era atendido por aquella chica.
En
ese momento, una voz surgió desde el sillón:
—
Sabía que no iba a tardar mucho en ponerse a nevar. La verdad es que era de
esperar teniendo en cuenta que el sol está cayendo y eso hace que haga más
frío. Hola, Sonia.
—
Hola, papá — la recién llegada se quitó la chaqueta, la dejó colgada en una
percha, tomó una silla que puso junto al anciano y volvió a decir —. Tengo una
noticia que darte.
—
Adelante, te escucho, hija.
—
No sé si te va a hacer mucha gracia lo que te voy a decir, pero para mí es algo
muy importante.
—
A ver…, déjame adivinar, has conseguido una plaza de sargento en ese maldito
pueblo, ¿verdad? Y vienes a intentar conseguir mi aprobación, para sentirte más
tranquila con tu conciencia, ¿no es así?
—
¿En serio tengo que contestarte? Yo creo que no lo necesitas, lo haces muy bien
tú solo y además, has sido teniente de la Guardia Civil. La investigación ha
formado parte de tu vida, durante mucho tiempo. Mira, papá, de verdad, no he
venido hasta aquí a discutir contigo. Créeme.
—
No, no tienes que contestarme. Ya veo que te has pasado por el forro todo lo
que te dije sobre aquel pueblucho de mala muerte. Bueno, por lo menos no puedes
decir que no te he avisado. Al menos tengo ese consuelo — el interno sin dejar
de mirar los copos, siguió diciendo —. Parece mentira con todo lo que sufrí…
¿No has aprendido la lección?
—
Quien parece que no la ha aprendido eres tú. Que eres incapaz de pasar página
de una maldita vez y olvidar aquel suceso. Hiciste todo lo que pudiste y nadie
te ha reprochado nunca nada, ¿qué más quieres? Tú mismo te impusiste el castigo
de venir a vivir aquí… mientras que podías haberte quedado conmigo.
—
En una parte tienes razón, pero también tienes que comprender que no quería ser
una carga para ti.
—
¿Y aquí no lo eres? Me refiero a que en este lugar estás muy bien atendido, no
tengo la menor duda, los trabajadores son encantadores, pero muchas veces me
pregunto por tu estado emocional. Pienso que puedes estar mal y por no querer
molestarme, te lo guardas para ti mismo y eso es mucho peor.
Ante
el silencio de su padre, Sonia volvió a tomar la palabra:
—
Quiero que vengas con nosotros a vivir a la nueva casa. Julián también lo
desea, no para de decírmelo. Te lo digo de corazón, y estoy segura de que no
serás ninguna carga. Eres mi padre…
El
anciano soltó una inesperada carcajada que, como siempre, no pilló desprevenida
a Sonia y dijo:
—
Es increíble me has hecho reír, no puedo creerlo. Hacía tanto tiempo que no lo
hacía, que llegué a pensar que no lo volvería a hacer, jamás. No conocía esa
faceta tuya.
—
Pues que sepas que no es una broma. Estoy hablando muy en serio — Sonia comenzó
a incomodarse con la ironía de su padre.
—Es
el mejor chiste que he oído en mi vida. Hija, nunca dejas de sorprenderme.
Podrías dedicarte a hacer monólogos, seguro que ganarías más que de Guardia
Civil y no te jugarías la vida, en cada servicio. Piénsalo, es otra opción y
muy buena para poder comer.
De
pronto, el anciano, se dio la vuelta, cambió el gesto y dijo:
—
No creas que porque vayas allí vas a sacar algo en claro. De hecho, ya sabes
todo lo que pasé y para nada. Lo único que conseguirás es ver como se te
cierran todas las puertas, además, los verdaderos culpables continúan viviendo
cómodos en sus grandes casas, con sus bonitos despachos y tranquilos sabiendo
que no les va a pasar nada. Tienen mucho poder… y lo peor es que lo saben.
—
Sé a dónde quieres ir a parar, pero mi propósito no es ni mucho menos hacer una
investigación por mi cuenta. Hemos decidido dejar la ciudad y Jaime y yo
pensamos que ese pueblo es la mejor opción. Es el único lugar donde ofertan una
plaza de sargento en esta comunidad. Hazme caso, no es por nada personal. Ha
sido una decisión de los dos, no solo mía.
—
No puedo negarte, conociendo tu sinceridad, que me alegra mucho oírte decir
eso. No sabes el peso que me quitas de encima, hija.
Al
cabo de unos segundos de un silencio que se hizo, para los dos, eterno, Sonia
volvió a preguntar:
—
Entonces, ¿vendrás a vivir con nosotros?
—
No — fue la seca respuesta.
—
Tranquilo, no voy a molestarte más. Voy a sacarme un café de la máquina y ahora
vuelvo, ¿quieres uno?
Ante
la negativa, la mujer salió de la estancia, mientras el anciano volvió a posar
su mirada perdida en la ventana.
Unos
minutos después, Sonia volvió con su café y se sentó junto a su padre.
Estuvieron un rato hablando y cuando el anciano parecía más animado, la guardia
civil le volvió a preguntar:
—
¿Te vendrás con nosotros a vivir?
—
Ya te he dicho que no. No sé cómo quieres que te lo diga.
En
ese instante, apareció la joven auxiliar e informó:
—
La cena ya está lista, si quiere puede ir ya a cenar — y dirigiéndose a Sonia,
comunicó —. Usted no hace falta que se valla, puede quedarse si lo prefiere y
hacerle compañía.
—
No, yo ya me voy. Volveré pasado mañana — dijo Sonia, cogiendo su chaqueta y
volviendo a dejar la silla en su sitio.
—
Ahora mismo iré a cenar — informó el anciano.
Las
dos mujeres salieron al pasillo y la joven le dijo a Sonia con simpatía:
—
Es cabezota, ¿verdad?
—
No lo sabes tú bien.