martes, 6 de marzo de 2012

ENTRE DOS MARES:

Una tarde de diciembre, la silueta de un águila cortaba el aire gélido.
El sol invernal proyectaba la sombra del ave sobre las
copas de los árboles. Entre la penumbra del bosque se escapó el aullido
de un lobo. La sombra del águila llegó hasta una casa habitada
por la familia Ivanov que esperaba desesperada un nacimiento y la
llegada de un médico. En ese mismo instante sonó la puerta de la
calle: era el médico.
El mes de diciembre en esta parte meridional del Cáucaso es especialmente
frío. Un clima normal teniendo en cuenta su situación
geográfica. El abrigado médico entró en la casa saludando a la familia
y entregó su abrigo al primer familiar que encontró por el pasillo.
Alexander cogió el abrigo. El doctor entró en la habitación y,
viendo las caras de preocupación de las personas que rodeaban a la
muchacha, sentenció:
— Parece mentira que estemos en un nacimiento.
— ¿Por qué dice eso, doctor? —dijo Marta, la madre de Natasha,
la parturienta.
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— Pues porque, viendo sus semblantes, esto parece más un entierro
que un nacimiento.
— Don Pedro tiene razón. ¿Quiere un trago de Vodka, amigo?
—invitó Vladimir, el padre de la encamada.
— Déjate de historias, siempre aprovechando la oportunidad
para beber —le reprochó Marta, su mujer.
— Las contracciones son muy seguidas. Mujeres, vosotras tenéis
experiencia en estos asuntos —aseguró don Pedro que se había inclinado
para reconocer a su paciente.
— Mi hermana y yo nos hacemos cargo. Tiene razón el doctor
—dijo Marta.
— Venga conmigo, don Pedro, y le serviré un vaso de vodka —
dijo Vladimir el escritor.
El médico y Vladimir salieron de la habitación y se dirigieron al
gran salón. Al entrar, don Pedro se fijó en un libro que estaba apoyado
en la chimenea y se dirigió hacia él. Sin pensárselo agarró el
volumen y se dio cuenta de que era Crimen y Castigo.
— ¿Este libro de quién es? —preguntó asombrado.
— Es de mi hijo Alexander; le encanta la literatura.
— Pues su hijo no deja de sorprenderme, amigo Vladimir. Este
libro es de mis favoritos —dijo don Pedro.
El escritor se inclinó para coger unos troncos para tirar al fuego.
En ese momento un fuerte grito salió de la habitación de Natasha.
Era su madre Marta, que estaba tranquilizando a su hermana Vera.
— No temas, que está todo bajo control, hermana.
— Traeré trapos y un barreño con agua —comunicó Vera saliendo
de la habitación.
El doctor intentó dirigirse hacia la habitación, pero Vladimir lo
agarró del brazo diciéndole:

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